Desde el fondo de mi alma torturada
me acunaron tus ecos, ¡Oh poesía!,
sustrayendo mi ser desde la umbría,
elevándome, así, desde la nada.
Y, a veces, cuando es dura la jornada,
se refugia en tu voz el alma mía,
se estremece de pena o alegría,
para trocarse en verso en la alborada.
Y así serás, mi eterna enamorada,
hasta el día solemne en que vacía
parta mi alma al final a su morada
feliz de su materia liberada.
Ebria, entonces, de luz y de armonía,
ha de rimar los ritmos de la nada…
me acunaron tus ecos, ¡Oh poesía!,
sustrayendo mi ser desde la umbría,
elevándome, así, desde la nada.
Y, a veces, cuando es dura la jornada,
se refugia en tu voz el alma mía,
se estremece de pena o alegría,
para trocarse en verso en la alborada.
Y así serás, mi eterna enamorada,
hasta el día solemne en que vacía
parta mi alma al final a su morada
feliz de su materia liberada.
Ebria, entonces, de luz y de armonía,
ha de rimar los ritmos de la nada…
Juan Manuel Olveira
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